Había pasado mucho tiempo, quizá una década, desde la última vez. Se había enfriado el amor y también el desamor, y consiguieron que aquel encuentro funcionase de forma cordial, casi como entre dos compañeros de oficina que coinciden en la playa durante las vacaciones. Ella lucía un embarazo avanzado de padre huido y él, gesto de escéptico satisfecho de su condición. Se pararon en un semáforo del centro.
- Madre mía, no esperaba verte así.
Era verano y ella, enfundada en un vestido que la hacía parecer aún más preñada, lamía un helado con verdadera devoción.
- ¿Pero es que esperabas verme?
Allí siguieron, sorprendiéndose mutuamente durante cinco minutos. Tras descubrir que caminaban en la misma dirección, avanzaron juntos algunos metros de la acera, hablando de terceras personas y asuntos tangentes a ellos, hasta que se produjo otro encuentro. Una amiga de ella, a la que no veía desde que terminaron la escuela, se dio de bruces con los dos. Se abrazaron, rieron nerviosas, se pusieron coloradas; se dijeron más cosas con los ojos que con la boca, y dejaron demasiadas frases sin acabar. La amiga se marchó con prisa, como siempre, y la extraña pareja siguió paseando hasta que sus direcciones dejaron de ser compatibles. Quedaron en llamarse sin darse los teléfonos y se mostraron contentos de haberse visto. Lo último sí era verdad. Aquella misma tarde, la amiga llamó a otras conocidas para comunicarles la feliz noticia: había visto a A y B juntos por la calle y estaban esperando un hijo.
- Madre mía, no esperaba verte así.
Era verano y ella, enfundada en un vestido que la hacía parecer aún más preñada, lamía un helado con verdadera devoción.
- ¿Pero es que esperabas verme?
Allí siguieron, sorprendiéndose mutuamente durante cinco minutos. Tras descubrir que caminaban en la misma dirección, avanzaron juntos algunos metros de la acera, hablando de terceras personas y asuntos tangentes a ellos, hasta que se produjo otro encuentro. Una amiga de ella, a la que no veía desde que terminaron la escuela, se dio de bruces con los dos. Se abrazaron, rieron nerviosas, se pusieron coloradas; se dijeron más cosas con los ojos que con la boca, y dejaron demasiadas frases sin acabar. La amiga se marchó con prisa, como siempre, y la extraña pareja siguió paseando hasta que sus direcciones dejaron de ser compatibles. Quedaron en llamarse sin darse los teléfonos y se mostraron contentos de haberse visto. Lo último sí era verdad. Aquella misma tarde, la amiga llamó a otras conocidas para comunicarles la feliz noticia: había visto a A y B juntos por la calle y estaban esperando un hijo.
Felices desencuentros.