domingo, 17 de mayo de 2009

¿Y ahora qué hago yo?


Suena egoísta, pero ¿ahora qué hago yo? ¿Qué haremos todos? Terrible, terrible semana, que no fue capaz de terminar su domingo sin dejarnos un poco más sordos y un poco más ciegos. Un poco más solos.

Mario Benedetti, que se encontraba ya muy malito, se ha marchado cuando estaba a punto de ser lunes. Quién sabe, quizás se acordó del chiste y no le pareció una buena forma de empezar la semana.

Sonará infantil, pero ¿y ahora qué hago? El cuento es muy sencillo, sí, debería haberlo entendido ya, pero dolió tanto que se fueran él y Antonio Vega así de juntos, casi de la mano, que me gustaría no volver a abrir los periódicos en una temporada.

Adiós, Mario. Siento este nuevo destierro, pero al menos queda el tonto consuelo de que éste será el definitivo. Ojalá que alguna vez, en algún lugar, vuelva a existir alguien como usted, y ojalá que, esta vez, ese alguien sólo sepa lo que es el exilio por sus poemas.
El cuento es muy sencillo
usted nace
contempla atribulado
el rojo azul del cielo
el pájaro que emigra
el torpe escarabajo
que su zapato aplastará
valiente

usted sufre
reclama por comida
y por costumbre
por obligación
llora limpio de culpas
extenuado
hasta que el sueño lo descalifica

usted ama
se transfigura y ama
por una eternidad tan provisoria
que hasta el orgullo se le vuelve tierno
y el corazón profético
se convierte en escombros

usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que, al fin, el mundo es esto
en su mejor momento, una nostalgia
en su peor momento, un desamparo
y, siempre siempre,
un lío

entonces,
usted muere


Currículum, de Próximo prójimo (1964-1965)

sábado, 16 de mayo de 2009

Salir, tocar, para verte sonreír...

Escribo ahora lo que no pude decir en su momento, y no sólo por falta de tiempo. Se me habían muerto algunos ya, pero era demasiado pequeña para entender, para sentir el desgarro de la juventud perdida, del que se fue tan pronto y dejó vacías las calles que ayudó a moldear con sus propios versos.

La muerte de Antonio Vega es, hasta la fecha, la desaparición de un artista que más me ha impactado. Yo invocaba su regreso, con el que al parecer él también soñaba desde su cama del hospital, como invocaba al chico de aspecto frágil y a la vez rotundo que tuvo que enloquecer a tantas cuando yo no era ni un proyecto. Descubrí a ese Antonio que me enamoraba cuando ya era demasiada la distancia que me separaba de él; en cambio, escuchaba sus canciones desde lo que ni siquiera recuerdo, y su voz y sus acordes hipnóticos me resultaron siempre tan familiares y tan cómodos como las señales horarias.

Ahora me conmueve la música de Nacha Pop, la del muchacho que rompió su adolescencia en mil pedazos cantando desde la frontera a la que fue capaz de arrastrar su vida, con la sinceridad del que sabe que se ha ido demasiado lejos como para ser perseguido, sin conocer -o quizás conociéndolo fatalmente desde el principio- que rompería también su juventud. Antonio Vega nos dejó una enciclopedia de sensaciones, un archivo de lo que muchos vivieron y yo y mi generación simplemente quisimos vivir años después. Nunca nos explicó qué nos quería decir, sólo levantaba de vez en cuando aquellos ojos turbadores de su guitarra, incluso al final, cuando más le costaba, y nos dejaba hipnotizados por un instante que no se olvidaba jamás. Plenos, al fin.


Gracias por haber cogido al vuelo el sentido de vivir.

1957-2009




martes, 12 de mayo de 2009

Hasta siempre

Ahora da más miedo la enormidad, donde nadie oiga tu voz...