martes, 25 de septiembre de 2007

El yeso nunca se seca del todo

Hoy me sorprendió el otoño
De nuevo, la tele de fondo
Emprendí el regreso
al camino de mi retorno,
Al país de los rescoldos
que se entierran en el yeso

En el yeso de los muros
hay una herida que me corrompe
Hay un lugar que me corresponde
donde terminan las carreras
Donde desembocan las aceras
que hablan en nuestro nombre

Se terminó la primavera
y yo aquí, sin darme cuenta
En mi taza ya se aposenta
el rescoldo del otoño
El dolor es mi retoño
y me llora por las noches

Y qué alternativa me queda
si no es acunarlo en mis brazos
mientras en la calle, abajo,
derrapa un coche hasta la acera
Será como yo, otro borracho
al que abandonó la primavera




Sexy Sadie & Iván Ferreiro - Always drunk

"Go! And kiss me, love,
and send me the wish,
the letter to read
that you are not gone
But don't sell your soul,
'cause it's not yours
Is not yours the breeze,
the air on the trees
from we were breathing, please

I don't need to say it,
but I'm always drunk
of the things we said
when we were playing in the park

Don't believe my world
The dirt and the sleeze,
the lies on the streets
of everyone's dreams
Go and kiss me, love... kiss me, babe
You can either accept me
or take away this pain
of being slaves

'Cause you are the best, I think of you

I don't need to say it,
but I'm always drunk
of the things we said
when we were playing in the park
And I don't have an answer
about my second name
I don't have the strength
to say I'm sinking in the pain

I don't need to say it
but I'm always drunk
of the things we said
when we were playing in the park
I am always drunk"

domingo, 23 de septiembre de 2007

Who's that girl?



Yo soy una mujer de obsesiones. Me resulta imposible dosificarme con las cosas que me gustan: chocolate, cocacola, música, camisetas de rayas, camisetas de lunares, discos de Madonna... o todo o nada. Y hablando de la última, que fue mi ídolo durante la adolescencia, decidí invertir las dos últimas tardes en repasar todo lo referido a ella que hubiese en Youtube. Y he vuelto a caer en sus redes.


Y eso que está mal visto, que más de una vez he tenido que escuchar esa gilipollez de "¿Te gusta Madonna? ¿Es que eres gay?" (que yo me pregunto qué relación habrá entre ambos hechos y qué tendrán de malo). Es comercial, poderosa, estratega, provocadora, lista como pocas, no precisamente una gran cantante/actriz ni un bellezón, y además bailarina frustrada. Pero es una artista, en ella todo es expresión y, desde el 1'60 escaso que debe de medir, es capaz de llenar los escenarios más inmensos. Hay algo en ella inmortal, que te hipnotiza. Para mí Madonna siempre será un enigma. Aparte de tener los ojos más bonitos de la historia de la música reciente.


Me cabreé cuando le puso un nombre tan porno como Rocco a su hijo y Lourdes a su hija (¿por qué no le puso Jenna Jameson a ella y San Pancracio a él, no te jode?); y mejor ni hablar de cuando los matriculó en un colegio hipermegareligioso de Londres. Choca un poco después de haberla visto paseándose tan pancha con las conotetas. Pero escucho Don't tell me y se lo perdono todo.


Tuve que tirar mi disco original de Music: lo había escuchado tantas veces que terminó por rayarse. Pero, de la inmensa discografía de esta mujer, lo que más me gusta es verla cantar con cuarentaytantos lo que cantaba con veinte. El mismo paisaje desde otros ojos. Como esta versión de Like a Virgin, que me deja muda. Me encanta la asociación de la elegante jineta inglesa, los caballos salvajes y los huesos rotos. Piensen lo que quieran.



MADONNA - Like a Virgin (Confessions Tour)




Reservoir Dogs (Quentin Tarantino)

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Raquel está enfadada


©2006-2007 ~FoggyBlue


El autobús de las 14:15 viene lleno de niñatos de uniforme. La paz de julio y agosto se evaporó con la vuelta al cole. Todos acaban de salir de clase, y sus estómagos rugen de hambre. Los hay altísimos, los hay que aún no han dado el estirón, planas, pechugonas, coletas, trenzas, crestas; polo blanco y pantalón azul marino, ellas con falda y calcetines. Detrás de mí hay tres chavales de 13 ó 14 años que varían de la barba al tamaño llavero y se revuelven como macacos en el asiento cada vez que sube una chica guapa.
- ¡Bufff! - grita el más bajito
- Venga, que tampoco es para tanto - le apacigua el de la barba
- Me dirás que no...


Delante, sola y taciturna, viaja otra chica de uniforme. Quizás vaya a su mismo curso, quizás sea de su edad, pero parece más mayor que los macacos. Y no sólo porque va callada y tranquila: es algo que transpira a través de sus poros, una especie de conciencia trágica. Lleva el pelo corto y las piernas largas, de una medida inusual en su edad, y se recuesta sobre la ventana con el ceño fruncido y el puño bajo la barbilla. Da la impresión de estar a kilómetros de nosotros.
- ¡Raquel, Raquel! - grita uno de los macacos. Todos se revuelven nerviosos y rientes - ¡Raquel, que dice "éste" que te vengas a sentar con nosotros!
Raquel se gira y los mira sin decir nada, con ojos de oficinista. Los macacos se quedan helados. Tardan unos minutos en recuperar las risotadas.

Raquel está en esa edad en la que estás enfadada pero no eres capaz de identificar el motivo exacto: la lana del uniforme, los tirones en el pelo, el traqueteo del autobús, el final del verano... puede ser una mezcla de todo lo anterior o algo radicalmente distinto. Da igual; si le preguntan, responderá con un bufido. Su pie se balancea, indiferente, al ritmo de la carretera.


El autobús entra en otro barrio y se detiene junto a una boca de metro. Los tres macacos se despiden de Raquel antes de bajar, casi sin mirarla:
- Hasta luego...
- ¿Qué queríais antes? - pregunta ella
Ellos ya han salido y corren hacia su portal.
- ¡Eh, vosotros! ¡Que qué queríais! - insiste Raquel mientras se cierran las puertas


Cuando llegamos a la última parada, dejo pasar a Raquel para que salga la primera. Bastante enfadada está ya, no quiero hacerle esperar. Veo que tiene los gemelos anchos. Cruza en rojo, ignorando el bramido de los motores, y echa a correr hacia la estación de tren. Todavía le queda rato para llegar a casa.


Pasará tiempo hasta que algún chico invite a Raquel a salir. Da miedo, aún está demasiado enfadada: no quería crecer.

lunes, 17 de septiembre de 2007

La flor entre la dinamita (mi Patricia Hearst)

Saltaba a la vista que no era de aquí. Sus ojos eran de un color imposible, extranjero: así lo miraba todo, como un espectáculo. Contemplaba al país que se despertaba gris y de uniforme y se acostaba con los ojos pintados mientras todas las hormiguitas de aquí corríamos entre sus pestañas repartiendo pasquines, programando protestas, conspirando contra el poder... Nos sentíamos escalofrío en la espina dorsal de esta ciudad de provincias que, de noche, era nuestra. Ella nos observaba divertida, como una niña que vigila a los insectos de su jardín.

Verla correr delante de los botes de humo silenciaba los ruidos de los porrazos y las pisadas, como fotogramas a cámara lenta; la escena adquiría así la delicadeza de un ballet ruso. Y, cuando me agarraba de la mano y gritaba "Vamos", sorbiendo la v como el último tiro de un cigarro, la música de la orquesta me ensordecía y no podía sino seguirla en su danza. Los cascos, las viseras transparentes, las botas con la puntera reforzada: todo aquello describía trayectorias que nos hacían cosquillas en la nuca y que nosotros creíamos saber esquivar; sin embargo, que no nos alcanzasen no era más que otro de los malvados planes del destino. No me sentía amenazado, no comprendía la angustia de mamá y papá cuando entraba por fin en casa, jadeando pero feliz, y los encontraba frente al telediario: los rostros también teñidos de estupor y de blanco y negro. Ahora sí lo entiendo: esa angustia se anuda a mi garganta cada vez que lo recuerdo todo. Dulce pájaro idiota de juventud, supongo.

Los malvados planes del destino la sentaron una mañana junto a mí en la cafetería de la Facultad; minutos antes, seguramente ante el espejo de su casa o la de uno de sus barbudos amantes, la habían peinado con electricidad estática. La combinación entre aquellas corrientes eléctricas y la lluvia que inundaba el día hicieron el resto de mi locura. Desde el principio, me habló en segunda del plural: "Tenemos que", "Luchamos por"; y el síndrome de Estocolmo me arrojó rápido a los pies de aquella Patricia Hearst. Intuía que había mucho dinero en su familia, nunca supe cuánto; ella vino a España huyendo de todo o de la nada y rehusaba hablar del tema.

Se acostó con todos mis amigos antes que conmigo, y después de acostarse conmigo siguió acostándose con todos mis amigos. Pero cuando Patricia Hearst hacía su aparición en aquellos ojos extranjeros y aquellos labios maldecidores y judeomasónicos se me olvidaba todo: incluso el dinero que mamá me había metido en el bolsillo del pantalón para desayunar y que ella ya había cogido "prestado", no sin después deslizar su índice por mi bragueta en señal de agradecimiento. Yo ya me daba por pagado. Después, cuando Hearst se iba y dejaba a la niña abrazada a su almohada, jamás encontraba un motivo que me impidiese abrazarla y escuchar sus dudas, expresadas en confuso español de lengua de trapo, de muñeca de trapo. Y yo me reclinaba sobre ella y la lamía, como hacen las gatas con sus cachorros, buscando las heridas transparentes.

Mi Patricia Hearst se cansaba de todo: la carrera, Dylan, Cohen, Kerouac, Marx, Trotsky... el mundo se extinguía bajo sus pies ansiosos y yo, iluso de mí, pensaba que era el único que conseguía no hartarla. Por eso, pensé, me confió su misión secreta, el sino entre sus sís y sus noes: la libertad del pueblo oprimido, el erotismo de lo paramilitar, las selvas del norte de España y todo lo que aparecía en las novelas de Hemingway. Desde que pronunció aquello de la lucha armada, el señorito que mis padres educaron en aquel colegio de curas se abrió paso en mí y dejé de escuchar. Sólo se me venían de vez en cuando como olas resacosas algunos de los nombres de sus camaradas: todos me sonaban a varones toscos y nobles, valientes; eran hachazos en mi tronco. Hasta ella, que era tan dispersa y tan cósmica, supo abstraerse de su galaxia y advertir que yo no estaba de acuerdo; y no sólo eso: que, en aquel momento, la desaprobaba profundamente.

Llámese celos o envidia, llámese conformismo o comodidad, yo veía ya encauzadas mis aspiraciones y no quería volver a correr delante o detrás de nada, prefería sentarme a contemplar cómo la Historia transcurría, sin necesidad de intervenir más en ella; una manifestación al año, en todo caso, y pronunciarme en las urnas. Tras tantos cambios, había sueños que me sonaban a chiste. Ella se enfrío -le decepcioné profundamente- y se marchó al Norte en busca de los hombres de Hemingway y del pueblo sincero y unido del que hablan todas las mentiras, sean en el idioma en que sean. Volvió a Madrid en contadas ocasiones: cada vez que la democracia amenazaba con tropezar, allí estaba ella, mi bella paramilitar fichada, dando la cara y arriesgándose a que la policía la detuviese en cualquier manifestación lluviosa. Llegaban a mí los rumores de su paso por la ciudad, en boca de amigos que no sabían callarse ni en presencia de Mariluz, mi novia; e, interiormente, yo me sentía homenajeado por aquella ceremonia que ella repetía, como una flor en medio de tanta dinamita. Un día, no sé cuándo fue, se esfumaron los motivos por los que antes salíamos a la calle, y seguramente ella emigró a otro país donde aún quedase mucho (visible) por lo que pelear.

Hoy, azotado por el insomnio, la vi de nuevo en un reportaje sobre la transición que la televisión emitía de madrugada: rostro grave y enlutado, capucha negra, gafas ahumadas, un ramo de claveles rojos y el puño izquierdo alzado; mi Patricia Hearst llorando por los abogados de Atocha. Y me he sentido como si asistiera a mi propio entierro.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Amor libre


Gran Hermano te vigila... y se la casca


X e Y son dos chicas que son amigas... o más que eso, que más da. El caso es que X e Y se las prometían felices. Terminaron sus exámenes de septiembre y se fueron a la sierra a pasar la tarde en amor y compañía. Lo que sigue es el relato de Y de todo lo acontecido aquella tarde. Son hechos absolutamente verídicos. Las mantengo en el anonimato porque, si en montañas escarpadas y peligrosas el ser humano se exacerba de esa manera, no quiero ni pensar qué será capaz de hacer en calzoncillos en su casa, ante el teclado del ordenador.

Por supuesto, no todos los hombres son iguales. Pero se conoce que los que había aquella tarde en la sierra sí: eran todos idénticos.
13 de septiembre, 04:43 pm. En un lugar de la sierra
Paseaban "X" e "Y" tranquilamente entre los altos pinos y los bellos parajes cuando se dieron cuenta de que les perseguía un nudista que sólo llevaba tapada la cabeza. Decidieron sentarse a que pasara de largo.

13 de septiembre, 05:02 pm. En un lugar de la sierra, un poquito más pallá
Se levantaban "X" e "Y" a proseguir su camino. El nudista volvió al ataque y les preguntó dónde había unas charquitas para bañarse. "Y" le contestó tratando de mirarle a la cara. "X" lo miró sorprendida (estábamos sentadas al lado de una charquita).

13 de septiembre, 05:04 pm. En un lugar de la sierra, en el camino
Aparecen unos niñatos detrás de nosotras ("X" e "Y"). Intentamos evadirles, pero aprietan el paso para seguirnos. Cruzamos el río y se despiden de nosotras alegremente o tristemente, no sé...


13 de septiembre, 05:07 pm. En el mismo lugar de la sierra, otro poquito más pallá
"X" e "Y" se encuentran al nudista un poco más adelante. No se estaba bañando.


13 de septiembre, 05:20 pm
Aprieta el calor. "Y" se quita la camiseta pensando que, por qué no, su "sujetador" (por decir algo), podría ser un bikini perfectamente. Maldita la hora (esto lo piensa "X").


13 de septiembre, 05:26 pm. Otro poquito más allá
Parece que el nudista se fue, y en su lugar aparece un entrañable señor que nos pregunta si hemos visto a su perrito. Un pastor alemán. Y no, lo sentimos. Seguimos nuestro camino y él se va en dirección contraria.


13 de septiembre, 05:38 pm.
"X" e "Y" llegan a su lugar de destino. Los niñatos nos ven llegar y de repente les entran unas irreprimibles ganas de bañarse justo en nuestra charca que, por cierto, no tenía profundidad ni aliciente alguno. "Y" se pone la camiseta y se van. Gracias.


13 de septiembre, 05:41 pm
De repente, aparece el hombre del perro y "X" piensa: "Pobre, sigue buscando a su perro". Así que, en un arranque de amor por los animales cual San Francisco de Asís, "X" se levanta y decide ir a ofrecer ayuda al desconsolado señor... No pasan ni dos segundos e "Y" ve que "X" vuelve ruborizada. El hombre sin perro sólo llevaba una toalla. Estaba en un descanso de búsqueda de su perro. Lo intentarían más tarde.


13 de septiembre, 05:53 pm
Para hacer tiempo, mientras el pobre hombre se adecenta para continuar la búsqueda, "X" e "Y" empiezan a hacer el gilipollas. "Y" pretendía, ilusamente, demostrar que podía a "X" en una pelea sin tregua ni cuartel. Pero no fue así...


13 de septiembre, 05:59 pm
"Y" descubre, sorprendida, que el hombre sin perro no busca a su perro. De hecho, el que está canino es él. Está de pie, empalmado y moviendo su cosa en círculos (claro, le vinieron a la memoria las peleas de chicas en el barro o algo). Aquí vendría una foto de "Y" indicando el movimiento circular, pero carecemos de eso en el archivo.


13 de septiembre, 06:04 pm
El hombre sin perro se masturba a unos 10 metros de nosotras. Qué tierno y agradable.


Un hermoso ejemplar de cabra montesa
masturbadora

13 de septiembre, 06:11 pm
El hombre sin perro se limpia con un clínex, lo tira al suelo y se fuma un piti.

13 de septiembre, 06:16 pm
Se va para casa. Del perro nunca más se supo.



Ya sabéis: desde hoy, al campo con tijeras de podar.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Ida y vuelta


©2006-2007 ~ElectronCloud

Algún día será verano,
algún día hará veinte años
y aún quemaré tus rastrojos
Algún día saldré a buscarte
y me caerá, cano,
el pelo sobre los hombros

Me alistaré en la guerra,
en el bando de tus ojos
¿Crees que seré la primera?
Algún día saldré a buscarte
y la ciudad estará llena de escombros

Algún día saldré a esperarte
a la esquina de esta calle
y se cruzarán mis dos espectros:
el de la ida y el del regreso.
Pelo cano y pelo negro

Y me caerá, como un manto,
la ciudad sobre los hombros

lunes, 10 de septiembre de 2007

Es bastante


©2007 =cziiki




Un metro cuadrado de tierra es bastante,
un metro cuadrado
Con tapia de piedra todo él rodeado,
todo él rodeado


Que la gente sepa que todo eso es mío
y nadie se atreva a entrar sin permiso

Y dentro un manzano o tal vez una parra
Para refugiarme en su sombra en verano
con una guitarra, pues no cabe un piano


Un metro cuadrado sembrado de hierba,
sembrado de hierba
Y en él recostarme un poco encogida,
rozando la piedra
Un libro en las manos con estampas viejas
y canto dorado: cuentos de Calleja
Se escucha el cuclillo oculto en la parra
Un cri cri acompaña su canto sencillo
Son Hermano Grillo y Hermana Cigarra


Sobre mi cabeza será el cielo mío
Todo el cielo propio
Y poder mirarlo sin pedir permiso

Sin pedir permiso, con un telescopio
Y bajo mis pies, un metro cuadrado
de mi propia tierra hasta el fondo adentrado


Para que me entierren bajo la maleza
junto a mi guitarra, de pie o de cabeza

Un metro cuadrado - VAINICA DOBLE

De nada me sirve el espacio si no tengo con qué llenarlo; si me sobra el aire, es que me falta algo.


Un metro cuadrado de tierra es bastante.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Ni puta gracia

Hacía años que no me pasaba: entrar en la Fnac y acabar lloriqueándole a mi madre por diez míseros euros. Míseros, pero lo justo para comprar el libro que me gustaba. Esta tarde ha vuelto a sucederme y mamá, aunque poco amiga del cómic (dice que nunca sabe qué personaje habla primero), me ha dado generosamente el billete para que me comprase Ni puta gracia. Un yeti a punto de pisar una cáscara de plátano aparece en la portada. Y para no tener gracia me he reído mucho. Me he sentado en la moqueta como en los viejos tiempos, junto a un niño demasiado pequeño para entender el tebeo de los Simpson que estaba leyendo pero lo bastante crecidito como para tirarse unos pedos de esos infantiles y dulzones. Yo creo que me han atontado aún más y por eso me reía tanto.

Aquí os dejo -en una hazaña heroica, porque me pueden denunciar por movidas de copyright- algunas de las viñetas que más gracia me han hecho. Igual no se os mueve ni un músculo. Raquel siempre me dice que le intriga mi capacidad de reírme con los chistes malos, como si hubiera un mensaje oculto en ellos, pero es que yo creo que las cosas sencillas son las mejores. Así que ahí queda eso. Y si os hago un poco más felices, mejor que mejor; corred a vuestra librería con vuestros diez míseros euros y pronunciad las palabras mágicas: Ni puta gracia, de Joscha Sauer, aunque el librero os mire raro.

Venga, diez euros son sólo dos copas, y seguro que así también os reís.


Polly quiere crack





Guerra de prótesis





Señora pesada





El robot asesino




Cría cuervos

sábado, 8 de septiembre de 2007

El olor de las cosas


2006-2007 ~fada


"Los objetos tienen forma y peso, color propio, y, más allá de eso, una dimensión que no hay balanza que pueda medir; la importancia que tienen, y la habitación de Annie, su vida, de la que sé tan poco, están amuebladas con artículos que poco a poco se han convertido en surrealistas. Aparecen dondequiera que mire. Roban la identidad de cosas que me circundan realmente. Está su reloj, que tiene agujas luminosas, que atrasa un poco, un reloj que ella tenía en Orleans, quizás, en Contrex, y cuyo despertador sonaba temprano, estridente. No, allí la despertaba otra chica. Mañanas de verano. Ha trasnochado y tiene sueño. Ha arrojado el vestido encima de una silla... Está su manopla de baño, cosida en forma de guante. Sus cosméticos. Su peine. La caja donde guarda sus ahorros. Oh, Anne-Marie, tu existencia es tan pura. Tienes tu propia infancia, postales de chicos de St. Léger, tu padrastro, tu desesperanza. Nada puede afectarte. Ninguna revelación, ningún delito. Eres como una historia triste, como hojas en la calle. Te repites como una canción."

Juego y distracción. James SALTER

viernes, 7 de septiembre de 2007

Pete y yo


Sí, ya sé; es un pésimo ejemplo.

Pero me cae bien Pete Doherty. Existe algo en él, más allá de todas las borracheras, camisetas sudadas y redadas que ha protagonizado, que me enternece. Es como si Guillermo Brown hubiese dado el estirón sin engordar un solo gramo. Un Guillermo que se ha quedado sin mofletes ni tapias que saltar y se arrastra por Londres con su abrigo raído, sus sombreros de amish y un cigarrillo que -yo creo- la mayoría de las veces está apagado.

Así que Pete-Guillermo no tiene calorías y escarba en la droga y el lado más chungo de la sociedad británica en busca de eso: de un poco de calor. A juzgar por el colorcillo tan poco saludable que tiene, no lo ha encontrado. Por si fuera poco, su querida Mosspiradora se ha quedado con otro más viejo y más chungo que él; uno que toca en The Kills y se dejó hace tiempo por el camino al niño que arrastra los pies de Pete y que, según Kate Moss, era tan insoportable. Y mejor no hablar de The Libertines, que aquello sí que acabó peor que una canción de Pimpinela. Pete, con esa carita de Guillermo Brown, martilleó los nervios de su compañero de grupo Carl Barat dejándolo colgado en varias actuaciones, abusando (por descontado) del crack y la heroína y -esta sí que es buena- entrando en su propia casa para robar instrumentos.

Y en esas estamos: Pete ya no tiene a nadie con quien cantar esta canción tan maravillosa y se lo merece; así que yo me pregunto si querrás tú cantarla conmigo, ya que nos llevamos tan mal pero nos queremos tanto.




The Libertines - Can't stand me now


"An ending fitting for the start
you twist and tore our love apart
your light fingers threw the dart
shattered the lamp- into darkness it cast us..."


"No you've got it the wrong way round
-just shut me up and blamed it on the brown"
cornered the boy kicked out at the world,
the world kicked backalot fuckin' harder...


If you wanna try
If you wanna try
there's no worse you could do (oh oh oh)
I know you lie (I know you lie)
I'm still in love with you (oh oh oh)
Can't take me anywhere (I'll take you anywhere)
You can't take me anywhere (I can't take you anywhere)
I'll take you anywhere you wanna go


Oh, you can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now


Have we enough to keep it together?
or do we just keep on pretending (and hope our
luck is never ending)...
You tried to pull the wool, I wasn't feeling too clever,
and you take all that they're lending
until you needed mending...


If you wanna try
If you wanna try
there's no worse you could do (oh oh oh)
I know you lie
All you do is make me cry
And all these words they ain't true (oh oh oh)
I can't take me anywhere (I can't take you anywhere)
You can't take me anywhere (I'll take you anywhere)
I'll take you anywhere you wanna go


Oh, you can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now
You can't stand me now


jueves, 6 de septiembre de 2007

Querido diario

Las semanas pasan perezosas, como persianas atrancadas. Tengo que tirar de ellas con fuerza para desenroscarlas, pero algunos días no me apetece. Quizás hoy sea uno de ellos.


Hoy salgo a la calle con desgana. El autobús avanza lento, eternizado por el todavía más lento camión de la basura que lo precede. No me importa, no tengo prisa por llegar. Invierto mi única energía en observar a los demás. La chica que tengo delante tiene el pelo rubio y largo, con tirabuzones ligeros. Tengo la sensación de que su pelo pesará menos que el mío y me da un poco de envidia. Casi sin darme cuenta de lo que hago, toco la punta de uno de sus rizos. Un escalofrío recorre su espalda de inmediato y se atusa el pelo como si se estuviese sacudiendo insectos. Prefiero no pensar.

Otra mujer, también rubia, va sentada a mi derecha. Tiene el pelo más corto y liso, eso que llaman melenita francesa. Está inclinada hacia delante y le cubre el único lado de la cara que podría verle. Es muy delgada. Me recuerda a mi tía. De pronto pienso que podría ser mi tía, de la que sé que está atravesando malos momentos por culpa de una ruptura. Pero no sé quién es. Joder, la tengo sentada al lado y no sé si es mi tía. Qué frías son las ciudades. Tengo ganas de apartarle el pelo con cariño para verle la cara, pero caigo en la cuenta de que se ha quedado dormida.

Entonces levanto la vista y reparo en que ya estamos en una de las últimas paradas. Hemos avanzado más de lo que yo creía. Es una colina o lo que queda de ella, invadida por bloques de pisos de estética franquista y aún virgen en algunas zonas, donde los descampados se abren como fulanas a la ciudad que está creciendo. A lo lejos, más bloques, torres de tensión y antenas, muchas antenas. Y de repente me doy cuenta de que todos los que podemos ser divisados desde esta colina pasamos las mismas enfermedades -el amor, el desamor, los celos, la soledad, la ausencia- pero la mayoría no necesitan escribirlo en ninguna parte. Simplemente lo pasan, suben al autobús y se bajan. Y entonces se me quitan las ganas de escribir, pienso en dejarlo. Pero es lo primero que hago cuando llego al trabajo.

Tengo que dejarlo, acaba de llegar mi jefe.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

What ever happened to the heroes?

Hoy he intentado abrir la puerta de mi casa con el abono de los transportes. De eso a súperheroe sólo hay un paso.



(Para todo el que quiera su propio súperheroe, Hero Machine)

martes, 4 de septiembre de 2007

Las guapas también lloran

Acababa de publicar un post súper dolido y feminista de pelo en pecho contra Supermodelo 2007. Pero, en una especie de flash, mi mente ha recordado lo que leí en el horóscopo de un gratuito esta mañana: que hoy me encontraría muy receptiva a lo bello y que este martes 4 de septiembre consistiría en eso: en la búsqueda de la belleza. Así que he decidido hacer caso a los astros y buscar la inspiración lejos de la pasarela regalándoos (y regalándome) esta gran canción. Del post original sólo queda el título. Las guapas también lloran, sí; lloran cuando escuchan Marquee Moon.


La descubrí gracias a Amaral en Moriría por vos ("Será que suena Marquee Moon, pero esta noche moriría por vos"). Me llamó mucho la atención el título, y me puse a investigar hasta que di con ella. Y ahora, en los días de depresión, me curo gritando:

I was listening,
listening to the raaaaaaiiiin
I was hearing,
hearing something eeeeeeeelse
Se lo recomiendo a todo el mundo. Como dijo un fan exaltado en Youtube, que Dios bendiga a Television y a su Marquee Moon.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Still Life


©2005-2007 *philly


Siempre me equivoco, pero él me enseñó a rectificar.

Nos conocimos una noche en un bar, que más da si era laborable o festivo. Sólo recuerdo que me asusté al verlo tan arrollador; me miraba con tanta fuerza que casi sudaba. Me fui a casa convencida de que no volveríamos a encontrarnos, pero con una sensación que distaba mucho de la que me dejaban el resto de los tíos que habían intentado ligar conmigo en una barra.

Tuve que rectificar. Volvimos a vernos al cabo de siete días, en el mismo sitio y a la misma hora. Aquello parecía una cita y puede que lo fuese. Me relajé y borré la tensión de sus ojos. Desde entonces, nos vimos todas las noches de los tres meses siguientes en aquella barra, mientras de fondo sonaban las canciones que tanto me había costado aprenderme. Pero yo no oía nada, apenas lo recuerdo como si escuchase desde dentro de un vaso. Un vaso donde flotábamos los dos. Hablamos horas y horas, nos conocimos y nos examinamos mutuamente en todo lo que nos importaba: música, cine, vida, gente, política... Pero yo seguía atada por algún resquicio de mis recelos. Era guapo; no, era muy guapo, y cada noche saludaba a un promedio de 5 ó 6 chicas diferentes. Se sabía el nombre de todas. Mala señal, me decía yo: demasiado pasado y demasiado futuro en un chico que quizás no te lleve a ninguna parte, o peor aún; te lleve demasiado lejos pero después no quiera acompañarte a casa.

Sin embargo, tuve que rectificar de nuevo.

No sé cómo fue que una tarde nos encontramos en una plaza iluminada por el sol, sin tanta gente y sin tanto humo. Los dos perdimos el caparazón de noctámbulos ojerosos y el pitido de los oídos, y yo me desligué al fin de mis ataduras. Y entonces empezó el resto de mi vida.

No voy a hablar de sus jerséis, de sus dedos, de su forma de silbar, de cómo dormía -los brazos en cruz sobre la cama, como un ángel derribado- de lo que le molestaba, de lo que le emocionaba. No voy a hablar de cómo mascaba chicle desde que dejó de fumar, de cómo me sumía en un hechizo, narcotizada por el olor y el sabor de la fresa sintética. De cómo, cuando le regañaba por beber cerveza mientras comía chicle, se lo sacaba de la boca y sin perder la sonrisa ni un segundo lo pegaba en la boquilla de mi botella.

Hace dos meses, mi madre cogió el teléfono y escuché cómo poco a poco se le quebraba la voz. Él cruzaba sin mirar, como siempre, y esta vez nadie miró por él: un Vectra rojo lo lanzó por los aires. Tras dilemas médicos y familiares, murió desconectado a los dos días en una cama de hospital, como un ángel derribado. Los daños del accidente le habrían impedido volver a ser apenas una foto de quien fue. Entonces tuve la certeza helada y cortante de que nunca volveríamos a vernos, caía sobre mí como un témpano de hielo. La angustia me despertaba cada noche; sentía pánico pero no podía gritar. Pensé que me iba a olvidar incluso de respirar. Mis padres me llevaron a un psicólogo.

Anoche salí con mis amigos por primera vez en mucho tiempo. Me llevaron -seguramente en un descuido- al bar donde le vi por primera vez. Decidí salir a pelear yo sola con la tormenta y me ofrecí para acercarme a la barra a por la bebida. O lo lograba o nunca me curaría, y enfermar para siempre con 22 años es una tragedia. Sabía que no volvería a verlo. Así que pedí las copas de mis amigos y una cerveza para mí. El camarero lo dispuso todo diligentemente ante mí en la barra y me gritó el importe entre los compases de alguna de las canciones de nuestro vaso de cristal. Bajé la vista para sacar el dinero del bolso y, cuando la levanté, vi que había un chicle pegado en la boquilla de mi botella.

Y tuve que volver a rectificar.


"La vida son dos días, y la mitad llueve"