lunes, 18 de febrero de 2008

She comes in the rain


Zoé - She comes

Un regalo para la lluvia de Febrero, que me ha sentado bien por primera vez en muchos años.

Creo que por culpa de estos tíos voy a renunciar a mi principio de no comprar nada por Internet, porque sus discos no están editados aún en España. Algo que, en mi humilde opinión de fan radical, roza el pecado. Si es que el pecado existe.

En fin, que lo disfruten.

jueves, 14 de febrero de 2008

El abominable hombre de las flores



La historia que viene a continuación está basada en hechos reales, así que cualquier parecido con la ficción es pura realidad.

Cuando yo tenía seis años, no recuerdo por qué motivo, mis tíos de Barcelona me enviaron un ramo de flores. Que sea incapaz de recordar por qué me las mandaban no es más que una muestra de que quedé traumatizada por lo que sucedió después.

Mi madre solía bajar al mercado que había enfrente de mi casa de entonces, y yo me quedaba sola. Para evitarse disgustos derivados de la inocencia-imprudencia por la que se dejan llevar los niños sin adultos delante, mi madre invirtió gustosa muchas horas en adoctrinarme en el terror:
- Si se te acerca un señor raro, tú grita, cariño, grita muy fuerte.
- Sí, mamá
- Pero, a ver, ¿tú sabes gritar? Grita, que yo te oiga
- ...
- Venga, cielo, grita
- ...socorro

(De pequeña yo no lloraba ni gritaba. Algo en mi interior me decía que los verdaderos motivos para hacerlo aparecerían con el paso de los años, cuando menos gente llora en público).

El caso es que una de las lecciones del Curso de Introducción al Terror Infantil Urbano consistió en No Abras la Puerta Cuando Estés Sola. Lección, por otra parte, totalmente lógica y razonable en una niña de seis años, pero algo estresante en aquella España, que era la de Nieves Herrero y las niñas de Alcásser. Y mi familia siempre ha estado muy mediatizada.

Al grano, que aquella mañana en la que el floristero de mi barrio decidió acercarnos las flores que Interflora le remitía desde Barcelona yo estaba sola en casa. Haciendo a saber qué, oyendo Aretha Franklin, dibujando gente con la cara alargada o mirando hormigueros en la terraza. Yo que sé, cualquiera de mis ocupaciones habituales en la infancia. Total, que el tipo accedió no sé cómo al portal de la vivienda (parezco una reportera de Gente) y llegó a la puerta de mi casa. Llamó primero al estilo humano, pulsando el timbre en una sucesión cada vez más breve e insistente. Yo intenté mantener la calma en mis seis años y no darle importancia.

Pero el señor se ofuscó, vaya usted a saber por qué, y comenzó a aporrear la puerta con lo que debía de ser un puño de medio metro de grosor. "¡ABRAN, ABRAN!", gritaba el condenado. Yo me acerqué lentamente a la puerta por el pasillo -recuerdo esta escena a cámara lenta, como una peli de terror de los 70- y pude ver, y no exagero, como la puerta temblaba de los golpes que el Yeti ése le estaba dando. Y en ese momento olvidé todos mis buenos propósitos de dejar de ser la niña cobarde de siempre y corrí a esconderme en la ducha. Que por qué este refugio tan absurdo: pues ni puta idea. Seguro que muchos de vosotros os tapáis con la sábana cuando tenéis miedo; pues, creedme, eso tampoco es garantía de nada.

Allí, en la ducha, seguí mucho tiempo después de que el energúmeno se largase con sus flores (aunque se las debió de comer en una ensalada por el camino) hasta que mi madre volvió de la compra. Y al enterarse y verme allí, con esos ojos redondos de terror y los pies mojados, se echó a reír. Al día siguiente se acercó a Flores Yeti para recoger el ramo, y cuando el tipo le preguntó, con toda la ironía que un yeti puede demostrar, que cómo sabía que había ido a traérnoslas si no había "nadie" en casa, mi madre le respondió con mucha dulzura:
- Es que nuestra vecina, que es una señora muy mayor, se asustó mucho por los golpes

Me he acordado de esto porque hace un momento estaban llamando al timbre y, evidentemente, no pienso abrir. Tampoco hace falta decir que hay una floristería en mi barrio que nunca piso, y mira que me gustan.

martes, 12 de febrero de 2008

Sacatum que pen que sumum que tun


Atún Rajoy en aceite liberal

¿De verdad soy la única que lo piensa?

Nada se hace por casualidad en el mundo de la publicidad y los maliciosos gabinetes de imagen, y este paralelismo chungo me puede arrojar a conclusiones tan acojonantes que ni siquiera me atrevo a planteármelas del todo.

¿Intervienen los jugos gástricos en la decisión de voto?

viernes, 8 de febrero de 2008

J'habite Metrolandia


©2006-2008 ~GiazBmx



Línea 5, demasiada gente. En el vagón no queda sitio ni para sujetarse, lo mejor es confiar en tener unos pies grandes que aseguren el equilibrio. Dos niños hermanos, ella y él, se cuelan entre la muchedumbre de la mano de su madre. Él se apoya en el hombro de su hermana pequeña, que sujeta un muñeco bebé, con esa mezcla de complicidad y rencillas tan extraña que comparten algunos hermanos. Le empieza a hablar muy bajito de una película de terror que está anunciada en todas las estaciones de metro por las que pasamos. Lleva un abrigo azul de paño que me inquieta un poco, me recuerda a los internados.
- ...y está siempre todo muy oscuro
- Mamá, me está metiendo miedo.- La niña mira con horror a su hermano y después a mi bolso, que tiene calaveras estampadas.
- ¿Y sabes qué es lo que más miedo da? Cuando la chica pregunta que si Dios existe y le dice un tío "¡Dios no existe!"
- ¡MAMAAAAAAAAAA!


No sé por qué será que esa negación obstinada de ciertas realidades -"los Reyes existen"; "no me eches alcohol, ponme una tirita"; "si como zanahorias, veré en la oscuridad"- que resulta tan tierna en la infancia se vuelve tan insoportable con el paso de los años: "si te portas mal, los Reyes no vienen", "como mientas se te van a poner las palmas de las manos rojas", "si te comes la zanahoria verás en la oscuridad"... Como cuando la madre de esta historia interviene para darle una buena colleja a su hijo.

Si es que las collejas pueden ser buenas.

lunes, 4 de febrero de 2008

La Gran Guerra




"La fe en el arte fue inicialmente una medicina efectiva contra el arraigado dolor de la Gran M[1]. Pero, entonces, alguien me informó del concepto de muerte planetaria. Te podrías acostumbrar a la idea de la extinción personal si pensabas que el mundo continuaría para siempre, con generaciones de niños pasmados con las espaldas apoyada en los respaldos de sus sillas, murmurando un ahogado bravo mientras tu obra ocupaba la pantalla de una computadora. Pero, entonces, alguien de sexto curso de ciencias me explicó a la hora de comer que la tierra flotaba inexorablemente dirigiéndose a su estallido final. Esto me hizo cambiar de opinión sobre la solidez del arte. Elepés derritiéndose, las obras completas de Dickens quemándose a 451 grados Fahrenheit, Donatellos reblandeciéndose como los relojes de Dalí. A ver cómo se huye de esa guerra."

Metrolandia, Julian BARNES
[1] La Muerte