jueves, 14 de febrero de 2008

El abominable hombre de las flores



La historia que viene a continuación está basada en hechos reales, así que cualquier parecido con la ficción es pura realidad.

Cuando yo tenía seis años, no recuerdo por qué motivo, mis tíos de Barcelona me enviaron un ramo de flores. Que sea incapaz de recordar por qué me las mandaban no es más que una muestra de que quedé traumatizada por lo que sucedió después.

Mi madre solía bajar al mercado que había enfrente de mi casa de entonces, y yo me quedaba sola. Para evitarse disgustos derivados de la inocencia-imprudencia por la que se dejan llevar los niños sin adultos delante, mi madre invirtió gustosa muchas horas en adoctrinarme en el terror:
- Si se te acerca un señor raro, tú grita, cariño, grita muy fuerte.
- Sí, mamá
- Pero, a ver, ¿tú sabes gritar? Grita, que yo te oiga
- ...
- Venga, cielo, grita
- ...socorro

(De pequeña yo no lloraba ni gritaba. Algo en mi interior me decía que los verdaderos motivos para hacerlo aparecerían con el paso de los años, cuando menos gente llora en público).

El caso es que una de las lecciones del Curso de Introducción al Terror Infantil Urbano consistió en No Abras la Puerta Cuando Estés Sola. Lección, por otra parte, totalmente lógica y razonable en una niña de seis años, pero algo estresante en aquella España, que era la de Nieves Herrero y las niñas de Alcásser. Y mi familia siempre ha estado muy mediatizada.

Al grano, que aquella mañana en la que el floristero de mi barrio decidió acercarnos las flores que Interflora le remitía desde Barcelona yo estaba sola en casa. Haciendo a saber qué, oyendo Aretha Franklin, dibujando gente con la cara alargada o mirando hormigueros en la terraza. Yo que sé, cualquiera de mis ocupaciones habituales en la infancia. Total, que el tipo accedió no sé cómo al portal de la vivienda (parezco una reportera de Gente) y llegó a la puerta de mi casa. Llamó primero al estilo humano, pulsando el timbre en una sucesión cada vez más breve e insistente. Yo intenté mantener la calma en mis seis años y no darle importancia.

Pero el señor se ofuscó, vaya usted a saber por qué, y comenzó a aporrear la puerta con lo que debía de ser un puño de medio metro de grosor. "¡ABRAN, ABRAN!", gritaba el condenado. Yo me acerqué lentamente a la puerta por el pasillo -recuerdo esta escena a cámara lenta, como una peli de terror de los 70- y pude ver, y no exagero, como la puerta temblaba de los golpes que el Yeti ése le estaba dando. Y en ese momento olvidé todos mis buenos propósitos de dejar de ser la niña cobarde de siempre y corrí a esconderme en la ducha. Que por qué este refugio tan absurdo: pues ni puta idea. Seguro que muchos de vosotros os tapáis con la sábana cuando tenéis miedo; pues, creedme, eso tampoco es garantía de nada.

Allí, en la ducha, seguí mucho tiempo después de que el energúmeno se largase con sus flores (aunque se las debió de comer en una ensalada por el camino) hasta que mi madre volvió de la compra. Y al enterarse y verme allí, con esos ojos redondos de terror y los pies mojados, se echó a reír. Al día siguiente se acercó a Flores Yeti para recoger el ramo, y cuando el tipo le preguntó, con toda la ironía que un yeti puede demostrar, que cómo sabía que había ido a traérnoslas si no había "nadie" en casa, mi madre le respondió con mucha dulzura:
- Es que nuestra vecina, que es una señora muy mayor, se asustó mucho por los golpes

Me he acordado de esto porque hace un momento estaban llamando al timbre y, evidentemente, no pienso abrir. Tampoco hace falta decir que hay una floristería en mi barrio que nunca piso, y mira que me gustan.

5 comentarios:

Arcadia dijo...

Simplemente genial. Yo no tengo ninguna escena tan graciosa de mi infancia, pero sí que recuerdo a mi madre poniendo voz de niña pequeña para no tener que abrirle la puerta a alguno de estos pesados que vienen vendiéndote la moto.

¿Por qué será que de pequeños siempre tememos abrir las puertas a los desconocidos? ¿Es un presagio de lo que nos va a costar abrirnos a los demás de mayores?

Muuuuuuak

Anónimo dijo...

Tengo que decirte que me he reido condenamente con la historia ;-) Me ha traido un cierto recuerdo tierno a Amélie. Me gusta muchísimo la forma en que narras siempre tu infancia.

Un besote.

Por cierto, ya me contarás que es eso del OpenID que ahora aparece en los comentarios. Me ha dejado intrigado.

Anónimo dijo...

Por cierto. Me he dado cuenta de que he tenido el enorme honor de ser el visitante 9000.

En otras aerolineas me regalan viajes gratis, asi que... yo no digo naaaada.

Anónimo dijo...

Ooooh, qué moooona. Y cuando te vio tu madre en la ducha estabas con los ojos medio en blanco diciendo: "El horror, el horror..."?
Qué estampa familiar tan chocante e hilarante, a la par que post-moderna.
Un beso!

lolastarsandstripes dijo...

Parece que las flores no entran en casa de uno a menos que se las regalen, ¿verdad? Los tiestos con plantas ya son otro asunto.

(Nota mental: esto me ha hecho reflexionar y el próximo 14-F me voy a ir a la floristería a por el ramo de margaritas más grande. Ahí queda.)

Espero que no abras por vaguería y no por pánico esta vez ;)

Muas
(L)