miércoles, 18 de julio de 2007

La tundra


Mi compañero de trabajo


Si la tundra tuviese moqueta y aire acondicionado, sería la oficina donde yo trabajo.

Puede que ayer fuese una de las mañanas más desesperantes de mi existencia. He pasado muchas mañanas sin hacer nada, pero sin aburrirme, porque ésa había sido mi elección. Ayer permanecí durante cuatro horas frente a un ordenador, intentando justificar la mierda de sueldo que me pagan, sin absolutamente nada que hacer, y atada de pies y manos porque esto es un hormiguero muy grande y yo soy la hormiga becaria, así que no me puedo poner a experimentar con la web de la empresa porque me aburra. Miento, no es que no hiciera nada; escribí aquí una entrada la mar de larga y la mar de absurda sobre el aburrimiento en las oficinas. Cuando llegué a casa me reí leyendo a la yo de hacía unas horas y la borré.

Quiero recuperar la idea de ayer porque me temo que la tundra enmoquetada me va a dar mucho de qué hablar este verano. Desde el 15 de julio, la oficina permanece casi vacía. Los teléfonos suenan y suenan sin que nadie los descuelgue. Eso es divertido y da que pensar: creo que si hubiese un herido grave en la mesa del compañero, nos negaríamos a auxiliarlo por no considerarlo nuestro trabajo. Pues bien, con los teléfonos pasa lo mismo: chillan y chillan y nadie los ayuda. Seguramente los que llaman son los jefes y compañeros que ya están de vacaciones, y ni siquiera pretenden que descolguemos el teléfono. Sólo quieren escuchar la languidez de los tonos, repitiéndose en una cadencia que es como una postal de esta tundra. Por un instante, en la playa, agobiados por el estrés de demasiado entretenimiento, se pegarán el móvil a la oreja como una caracola. Entonces cerrarán los ojos y nos verán a todos nosotros, los habitantes de la tundra enmoquetada, mirando al techo o buscando palabras inventadas en Google.

Aquí el tiempo se mide por las pausas del cigarro y las salidas al baño, y la única conexión con el espacio exterior es la bandeja de entrada de correo electrónico. Ni siquiera sé bien qué día hace fuera: las ventanas súperaislantes tienen los cristales tintados y da la sensación de que vivamos en una nubosidad permanente. Vigilo el correo electrónico como un animal hambriento, para abrir los mensajes antes que mi compañero y robarle las tareas. No me importa que sean mecánicas ni que estén poco o nada relacionadas con lo que estoy estudiando: invertiré gustosa 15 minutos en pasar datos de una tabla Excel a un documento Word. Serán 15 minutos menos en mi cuenta diaria de aburrimiento. Dios, soy una enferma mental.


Algún día, estos edificios acristalados de oficinas serán derrumbados y todos ejerceremos el teletrabajo desde nuestras casas. Los solares que dejen esos edificios estarán malditos, como los cementerios indios, y la gente que se mude a las casas que se construyan encima de ellos será muy muy aburrida. Bienvenidos a la tundra.

4 comentarios:

eMe dijo...

Hola, M!

Te he leído de casualidad revisando mis comentarios :) Qué gran descubrimiento tu flog!
Espero seguir leyéndote, un beso enorme!!!

Anónimo dijo...

Quisiera añadir lo entrañable que es la situación de que un teléfono suene durante media hora, pare, respires profundamente y justo entonces comience a sonar el de la mesa de al lado. Y así sucesivamente hasta que tooooodos los putos teléfonos de tu sector han tenido su minuto de gloria.
Si yo hubiera sido Graham-Bell y hubiera robado la patente del teléfono, la hubiera quemado, y ahora todos los psiquiatras estarían en paro, recitando a Freud en los semáforos mientras limpian los parabrisas.
Qué bonito.

M dijo...

El seeexo, los teléfonos
Sin amooor, los teléfonos
Prrrovaaa prrroovaaa, los teléfonos

Anónimo dijo...

Y por qué no te dedicas a descolgar los teléfonos y fingir que eres el dueño de ese aparato. Imagina la cantidad de situaciones interesantes que puedes crear.