domingo, 3 de junio de 2007

Al este de Erica, al oeste de Jan

Las piernas de Erica fueron uno de los símbolos de los setenta. Fue la chica que muchos querían meter dentro de su copa y beber de un solo trago, la que se codeaba con futbolistas y cantantes y exhibía su melena en todas las vallas de la ciudad. En medio de aquella década que la había convertido en musa de Martini, Erica se marchó en busca de una amiga al Líbano -entonces ya maltratado por la guerra- y acabó, sin saber muy bien cómo, atrapada por una mafia que la explotaba en un burdel. Un millonario del país la rescató y se casaron. Comenzó entonces la etapa más feliz de su vida.

Mientras, casi a un hemisferio de distancia, Jan era golpeado por un vagón de tren. Se recuperó en apariencia y volvió a su puesto en los ferrocarriles polacos, pero poco a poco perdió todas sus facultades, desde el habla hasta mantenerse despierto. Se sumió entonces en un letargo que lo mantendría 19 años en una habitación de hospital. Alrededor de la cama en la que Jan dormía inciertamente, sus hijos crecían, se casaban y tenían nietos; y abajo, más lejos de Siberia y más cerca del desierto, la guerra se volvía más virulenta y se llevaba al sultán de Erica, terminando de un golpe con sus mil y una noches. Ella volvió a Edimburgo y se arrastró por los ochenta y los noventa entre divorcios, desengaños e indigencia. Jan seguía durmiendo, pero ahora al este de Erica.

Esta semana Jan ha decidido demostrar que cualquier parecido con la ficción es pura realidad, y ha vivido su propio Good bye Lenin despertando del coma en el que cayó en 1988. Dejó cinco hijos en la Polonia comunista, y se ha encontrado ahora con once nietos y un país lleno de teléfonos móviles que camina hacia el capitalismo más conservador. Al oeste de Jan, poco después de decidirse a escribir su propia historia para demostrar que la realidad siempre supera a la ficción, Erica moría de un infarto. Su corazón se apagó en soledad para encender por última vez su recuerdo y colocarlo en la misma sección del periódico donde hoy aparece una foto de Jan, despierto y sonriente, y su esposa Gertruda. Mientras Erica vivía cada vez más intensamente y se quedaba cada vez más sola, Gertruda pasaba noche y día junto a la cama de su plácido marido, que en 19 años no mostró intención alguna de despertar en esta vida.


El aleteo de una mariposa en el Líbano puede desencadenar un terremoto al otro lado del muro de Berlín. Y viceversa

EL PAÍS - Gente, domingo 3 de junio: Despertar en el futuro
EL PAÍS - Gente, domingo 3 de junio: Muerte de una "chica Martini"

2 comentarios:

Indigesta dijo...

Ohh Dios mío. No me lo estoy creyendo. El subtítulo me ha llegado al alma...

Eso eso, vete a ninguna parte... que te acompaño

Anónimo dijo...

Siempre te dicen que todas las historias tienen un lado bueno...

Lo cierto es que no siempre es así. A veces la vida simplemente es una putada. Una broma de mal gusto que te golpea en el estómago.

Y puedes pensar, es una suerte que el hombre despertara o que la mujer lograra regresar a su pais... pero en el fondo, ¿qué coño de suerte es esa?

Lo siento, hoy no estoy optimista. Quizas puede llegar a alegrar el pensar que su mujer le esperó día y noche durante 19 años... pero también, pobre mujer. Podría haber empezado una nueva vida, pero le tocó vivir eso.

En fin. Que los cuentos de hadas no existen, y la vida es la que es. Perdóname el comentario tan triste, hay días y días.