jueves, 6 de septiembre de 2007

Querido diario

Las semanas pasan perezosas, como persianas atrancadas. Tengo que tirar de ellas con fuerza para desenroscarlas, pero algunos días no me apetece. Quizás hoy sea uno de ellos.


Hoy salgo a la calle con desgana. El autobús avanza lento, eternizado por el todavía más lento camión de la basura que lo precede. No me importa, no tengo prisa por llegar. Invierto mi única energía en observar a los demás. La chica que tengo delante tiene el pelo rubio y largo, con tirabuzones ligeros. Tengo la sensación de que su pelo pesará menos que el mío y me da un poco de envidia. Casi sin darme cuenta de lo que hago, toco la punta de uno de sus rizos. Un escalofrío recorre su espalda de inmediato y se atusa el pelo como si se estuviese sacudiendo insectos. Prefiero no pensar.

Otra mujer, también rubia, va sentada a mi derecha. Tiene el pelo más corto y liso, eso que llaman melenita francesa. Está inclinada hacia delante y le cubre el único lado de la cara que podría verle. Es muy delgada. Me recuerda a mi tía. De pronto pienso que podría ser mi tía, de la que sé que está atravesando malos momentos por culpa de una ruptura. Pero no sé quién es. Joder, la tengo sentada al lado y no sé si es mi tía. Qué frías son las ciudades. Tengo ganas de apartarle el pelo con cariño para verle la cara, pero caigo en la cuenta de que se ha quedado dormida.

Entonces levanto la vista y reparo en que ya estamos en una de las últimas paradas. Hemos avanzado más de lo que yo creía. Es una colina o lo que queda de ella, invadida por bloques de pisos de estética franquista y aún virgen en algunas zonas, donde los descampados se abren como fulanas a la ciudad que está creciendo. A lo lejos, más bloques, torres de tensión y antenas, muchas antenas. Y de repente me doy cuenta de que todos los que podemos ser divisados desde esta colina pasamos las mismas enfermedades -el amor, el desamor, los celos, la soledad, la ausencia- pero la mayoría no necesitan escribirlo en ninguna parte. Simplemente lo pasan, suben al autobús y se bajan. Y entonces se me quitan las ganas de escribir, pienso en dejarlo. Pero es lo primero que hago cuando llego al trabajo.

Tengo que dejarlo, acaba de llegar mi jefe.

6 comentarios:

Fernando Pamos dijo...

Te he puesto en mis enlaces. Un beso.

Unknown dijo...

Escribir es lo que más desahoga del mundo. Nunca pienses en dejarlo. Nunca pienses en hacer nada que te haga ser como todo el mundo...

eMe dijo...

. y estoy como el otoño, que no sé si va o si viene .


. y me he quitado un calcetín para verte mejor .

. esa foto que has dejado es inmejorable, mi niña .

. también te echaba de menos, un poco más .

lolastarsandstripes dijo...

Escribir para mí es más necesidad que hábito. También hay gente que necesita bajar la persiana del todo y que no entre ni una gota de luz para poder dormir. El cuerpo es muy inteligente, luego si te pide... ¡¡dale!!

(L)

Luna Carmesi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Luna Carmesi dijo...

Ciertamente el escribir resulta muchas veces un desahogo necesario. Y lo del jefe interumpiendo es un clasico...
:-)
A este post solo le falta una banda sonora. Tal vez la de Vangelis para Blade Runner no estaria nada mal.