domingo, 2 de septiembre de 2007

Still Life


©2005-2007 *philly


Siempre me equivoco, pero él me enseñó a rectificar.

Nos conocimos una noche en un bar, que más da si era laborable o festivo. Sólo recuerdo que me asusté al verlo tan arrollador; me miraba con tanta fuerza que casi sudaba. Me fui a casa convencida de que no volveríamos a encontrarnos, pero con una sensación que distaba mucho de la que me dejaban el resto de los tíos que habían intentado ligar conmigo en una barra.

Tuve que rectificar. Volvimos a vernos al cabo de siete días, en el mismo sitio y a la misma hora. Aquello parecía una cita y puede que lo fuese. Me relajé y borré la tensión de sus ojos. Desde entonces, nos vimos todas las noches de los tres meses siguientes en aquella barra, mientras de fondo sonaban las canciones que tanto me había costado aprenderme. Pero yo no oía nada, apenas lo recuerdo como si escuchase desde dentro de un vaso. Un vaso donde flotábamos los dos. Hablamos horas y horas, nos conocimos y nos examinamos mutuamente en todo lo que nos importaba: música, cine, vida, gente, política... Pero yo seguía atada por algún resquicio de mis recelos. Era guapo; no, era muy guapo, y cada noche saludaba a un promedio de 5 ó 6 chicas diferentes. Se sabía el nombre de todas. Mala señal, me decía yo: demasiado pasado y demasiado futuro en un chico que quizás no te lleve a ninguna parte, o peor aún; te lleve demasiado lejos pero después no quiera acompañarte a casa.

Sin embargo, tuve que rectificar de nuevo.

No sé cómo fue que una tarde nos encontramos en una plaza iluminada por el sol, sin tanta gente y sin tanto humo. Los dos perdimos el caparazón de noctámbulos ojerosos y el pitido de los oídos, y yo me desligué al fin de mis ataduras. Y entonces empezó el resto de mi vida.

No voy a hablar de sus jerséis, de sus dedos, de su forma de silbar, de cómo dormía -los brazos en cruz sobre la cama, como un ángel derribado- de lo que le molestaba, de lo que le emocionaba. No voy a hablar de cómo mascaba chicle desde que dejó de fumar, de cómo me sumía en un hechizo, narcotizada por el olor y el sabor de la fresa sintética. De cómo, cuando le regañaba por beber cerveza mientras comía chicle, se lo sacaba de la boca y sin perder la sonrisa ni un segundo lo pegaba en la boquilla de mi botella.

Hace dos meses, mi madre cogió el teléfono y escuché cómo poco a poco se le quebraba la voz. Él cruzaba sin mirar, como siempre, y esta vez nadie miró por él: un Vectra rojo lo lanzó por los aires. Tras dilemas médicos y familiares, murió desconectado a los dos días en una cama de hospital, como un ángel derribado. Los daños del accidente le habrían impedido volver a ser apenas una foto de quien fue. Entonces tuve la certeza helada y cortante de que nunca volveríamos a vernos, caía sobre mí como un témpano de hielo. La angustia me despertaba cada noche; sentía pánico pero no podía gritar. Pensé que me iba a olvidar incluso de respirar. Mis padres me llevaron a un psicólogo.

Anoche salí con mis amigos por primera vez en mucho tiempo. Me llevaron -seguramente en un descuido- al bar donde le vi por primera vez. Decidí salir a pelear yo sola con la tormenta y me ofrecí para acercarme a la barra a por la bebida. O lo lograba o nunca me curaría, y enfermar para siempre con 22 años es una tragedia. Sabía que no volvería a verlo. Así que pedí las copas de mis amigos y una cerveza para mí. El camarero lo dispuso todo diligentemente ante mí en la barra y me gritó el importe entre los compases de alguna de las canciones de nuestro vaso de cristal. Bajé la vista para sacar el dinero del bolso y, cuando la levanté, vi que había un chicle pegado en la boquilla de mi botella.

Y tuve que volver a rectificar.


"La vida son dos días, y la mitad llueve"

5 comentarios:

Fernando Pamos dijo...

Muy ilustrativo. Lo de dormir como un ángel es muy típico de los hombres. Nos convertimos en seres inofensivos -si es que alguna vez no lo hemos sido-. Un beso.

eMe dijo...

Me he quedado sin aliento, con la sensación arrugadita de las palabras sin salir en la punta de los dedos .


Siempre podemos rectificar. En casi todo.

Un beso, mi niña .

[regreso a mi ciudad]

Unknown dijo...

¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has hecho para que se me hayan puesto los pelos de punta, la piel de gallina, y los ojos llorosos?

¿Cómo lo haces?

...

........

Anónimo dijo...

Ou yeah.

Anónimo dijo...

Blogueratura uhmmm, suena interesante. Con relatos como este no me extraña que te admitan allí ;-)